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Características
Victoria I reinó en Inglaterra durante muchos años: desde 1837 hasta 1901. Viuda desde 1861, sus trajes negros se pusieron de moda en toda Europa.
Durante la última fase de la “Era Victoriana” Gran Bretaña vivió una época de prosperidad sin precedentes, especialmente en la década comprendida entre el jubileo1887 (cincuenta años de reinado) y el de 1897. La paz general y el enorme crecimiento del comercio, así como la explotación de las colonias, enriqueció a un amplio sector de la población, tanto en Inglaterra como en otros países europeos.
Por lo que se refiere al tono general de la sociedad, los últimos veinte años del siglo XX resultaban más brillantes y creativos que los anteriores y la fe en el progreso positivista burgués llegó a caracterizar a toda la época. La anciana Reina Victoria que había mantenido un largo retiro tras la muerte de su esposo, comenzó a aparecer en público en ocasiones especiales, casi siempre acompañada por su hijo, el príncipe de Gales. Tanto Eduardo, como su joven esposa Alejandra, introducen en la corte un aire nuevo que va sustituyendo al riguroso formalismo anterior y la vida se hace más alegre y confiada.
Los príncipes de Gales se convierten en modelos para toda Europa, tanto en la moda del vestir como en sus actitudes y formas de comportamiento. El ingenio de él, y el encanto y la elegancia de ella, los hacía realmente atractivos, y aunque el príncipe sabe evitar cualquier familiaridad indebida, rechaza también las formalidades protocolarias excesivas y destierra así la estricta etiqueta germánica vigente en la corte desde el matrimonio de sus padres. En palacio siguen recibiendo aristócratas pero amplían el círculo de amistades y admiten también a eminentes financieros y deportistas, así como a distinguidos visitantes de los Estados Unidos. Esto propició “convenientes” matrimonios entre nobles ingleses de rango abolengo y ricas herederas americanas.
El centro de la moda masculina se estableció en Londres, y cualquier novedad en el vestir del príncipe de Gales es copiado en todo el mundo. Se difundió un tipo de tela inspirada en los tartanes escoceses que se conoció como diseño “príncipe de Gales”. La raya del pantalón, la corbata, el chaleco,…fueron aportaciones del príncipe a la moda masculina. Su presencia en las carreras de caballos puso de moda esta actividad deportiva en todo el continente. En todas las ciudades se construían pistas de equitación y la buena sociedad las tomó como centros de encuentro al aire libre.
La moda femenina continua diseñándose en París, a partir de modelos que se confeccionaban, entre otras personalidades, para la princesa de Gales y para la emperatriz de Austria, Sissi, que acudía todos los años a Inglaterra para la temporada de caza; su ropa y su maravillosa figura causaban siempre sensación; su cuerpo, con sólo 50 centímetros de cintura, se consideraba modélico. Sus trajes carecían de adornos. La emperatriz sólo lucía un abanico negro y amarillo que utilizaba para ocultarse de los fotógrafos.
Ambas mujeres tenían el mismo modisto, Charles Worth, que se hizo notablemente famoso: sus diseños, tejidos y colores difundieron por todas partes la moda que se llamó “parisina”. Durante un tiempo se impuso el vestido “princesa” de una sola pieza, que sustituye la costura horizontal de la cintura, por piezas verticales que se estrechan realzando el busto y las caderas. Este vestido, que se puso de moda en 1880, destaca sin trabas las formas del cuerpo femenino, por lo que se consideró demasiado atrevido y se abandonó al poco tiempo, aunque reaparecerá a principios del siglo XX. A mediados de los años 1880s domina en occidente un interés por Japón y su cultura milenaria. A las Exposiciones Universales Europeas llegan gran cantidad de variados artículos japoneses, las prendas y los tejidos teñidos con motivos orientales se ponen de moda. El kimono se lleva para estar por casa o se modifica y trasforma en otras prendas que se lucen en la calle. Su forma sirve también de inspiración a los modistos para diseñar otras ropas, como por ejemplo los abrigos que las damas podrán llevar a la ópera.
Todas las mujeres llevan abanicos y prácticamente en todos los hogares las vitrinas se adornan con tacitas de porcelana y los muros con grandes abanicos. Simultáneamente, en Japón se desata una locura con occidente, lo que conduce a uno de los más deplorables acontecimientos en la historia del vestido. En 1886, la emperatriz ordena a las damas de la corte vestir con trajes occidentales y prohíbe el uso del traje tradicional japonés en las ceremonias oficiales.
En la moda en Europa, durante este periodo, el vestido consta de dos piezas: el corpiño y la falda.
En la década de los ochenta del siglo XIX predomina la cintura femenina estrecha: las muchachas son obligadas desde la pubertad a soportar apretadísimos corsés que contribuyan, de forma natural, a estrechar el abdomen hasta extremos enfermizos y a desarrollar el busto, y las nalgas. El corpiño va muy ajustado al cuerpo, se cierra con una o dos filas de botones y recibe el nombre de “corpiño coraza”. Por detrás llevan faldones y un pequeño polisón, las mangas estrechas, suelen tener el puño vuelto. La falda lleva también polisón y una pequeña cola.
Durante el periodo de la “Belle Epoque” en Europa (entre 1870 y 1912) que se caracteriza por el refinamiento y el optimismo, los patrones que regían la moda eran estéticos, siendo secundaria la comodidad y el bienestar físico de la mujer.
Hasta los comienzos del siglo XX la moda femenina fue incomoda a consecuencia de la utilización del corsé, que apretaba todos los órganos internos. Así muchas mujeres se convertían en meros objetos decorativos.
El ideal de belleza femenino debía de ser de pecho erguido y abundante, caderas anchas, cintura muy afinada y nalgas exageradas. Así surgieron las mujeres en forma de “S” , que ajustaron la falda, recogieron el pelo sobre la cabeza, complicados peinados y adornaron sus sombreros con plumas.
Sobre la indumentaria de la “femme ornée” o la mujer adornada de la Belle Epoque hay que decir que se caracterizaba por su afán de comprimir y de cubrir de postizos el cuerpo femenino. La idea era crear un reloj de arena con las curvas de la dama: frágil cintura y exuberante parte superior e inferior. El vestuario femenino, incluso en la versión ligeramente suavizada de Worth, recordaba a una camisa de fuerza. El cuello alto, estrecho y rígido, obligaba a erguir la cabeza, mientras que los sombreros, algo inclinados y de anchas alas, se decoraban con pesadas plumas de avestruz. Las mangas estaban ahuecadas en el hombro, se recogían en el codo y se estrechaban en la mano. Cubrían hasta los nudillos para no mostrar zonas indecorosas. Las faldas llegaban hasta el suelo y se ensanchaban en las caderas con pliegues y una pequeña cola. Los zapatos y los botines eran puntiagudos y se sostenían sobre medios tacones barrocos. Los complementos imprescindibles eran las medias de seda negra, los guantes ajustados y la sombrilla, que servía para preservar el tono blanco de la piel.
Por el día se usaban telas de lino, terciopelo y lana. Los colores eran pasteles claros o apagados como el rosa, azul o malva. Estos vestidos se engalanaban con lazos, cintas y volantes. Para la noche se recurría a la seda, las puntillas, la muselina, el tul, el crespón de china o el satén entre otros. Los trajes presentaban ricos adornos y generosos escotes. Eran imprescindibles los guantes largos para “vestir los brazos” y para que no se vieran las manos desnudas.
A finales de este periodo comienza a aparecer otro tipo de mujer, por primera vez creada por ellas mismas. Una mujer independiente que luchaba por el voto y por entrar en el mercado laboral. Para ella la vestimenta se fue simplificando y la excesiva ornamentación desapareciendo, dando lugar a trajes sastre de dos piezas, más adecuado a las nuevas necesidades.
En esta época la seda es el material preferido de los modistos. La de mayor calidad tenía gran cuerpo, lo que le favorece la rigidez y precisión lineal del polisón. La seda de Lyon está considerada como la mejor y esta ciudad se ha convertido en el mayor centro productor del mundo occidental.
Pocos años atrás se han descubierto nuevos tintes químicos que han permitido ampliar la gama de colores, sobre todo verdes y rojos. En 1856 Willians Henry Perkin ha creado el primer tinte sintético de anilina. El mercado de la moda recuerda aún a la emperatriz Eugenia de Montijo cuando, en 1869, apareció en el palco de la Ópera de París, luciendo un espléndido traje azul verdoso rutilante que provocó una exclamación general de asombro “Quelle couleur merveilleuse”.
Como contraste, el luto femenino se hace más estricto; no se debe de mostrar la piel desnuda por lo que el traje negro lleva cuello alto y mangas largas y debe completarse con guantes, sombrero y velo sobre el rostro.
Hacia 1885 se abandona el polisón, aunque la falda conserva todavía unos pliegues traseros que conforman un ligero abultamiento, último vestigio del mismo. El vestido femenino se hace más sencillo.
En los noventa de este siglo, la línea de la falda adopta forma de embudo, acampanadas. Como contraste, los hombros se ensanchaban y las mangas, rígidas y voluminosas por arriba, disminuyen hacia el codo y se ajustan en el antebrazo. Estas mangas llamadas de “pernil” o de “pierna de cordero” alcanzan su mayor volumen en 1895.
Hacia finales del siglo, las faldas se van alargando hasta formar una cola larga. Se adornan con pequeños lazos, fruncidos, botones e incrustaciones de encajes, que es utilizado muy ampliamente. En ocasiones los trajes pueden llegar a tener más de 50 metros de labores y puntillas de diversos tipos.
Durante el día se llevan vestidos recatados, con cuellos muy altos con ballenas que obligan a mantener la cabeza muy erguida; aparece así la mirada altiva, y el típico “mirar por encima del hombro”. Los vestidos de noche son más atrevidos, con gran escote y manga corta o sin manga.
Los materiales, al finalizar el siglo, son de diseño muy complicado. Conforme la maquinaria y la industria del tejido van evolucionando, aparecen telas intrínsecas y espectaculares, como los terciopelos cortados, los brocados de seda floreados y muchos otros.
CHARLES FREDERICK WORTH |
PARERA Y PEITX |
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